28 marzo, 2024
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NOSOTROS, QUE YA HEMOS VIVIDO TANTO

Nuestros mayores adultos quieren vivir el tiempo que les queda sin barreras, pero en tiempos de cuarentena, la lógica termina siendo un problema.

Por Marcela Vazquez.

El papá de Mariana tiene demencia leve, y a pesar de las recomendaciones que ella le hace por ser población de alto riesgo, sale igual. Santiago tiene 84 años y quiere hacer las compras, charlar en la vereda con sus amigos. Su hija trata de atajarlo, pero sin éxito, él le asegura: “quiero caminar, a mí no me va a pasar nada”. “Se cree que es Superman porque superó una neumonía, un shock séptico y un ACV” comenta Mariana, pero no le queda otra que dejarlo, y cuando vuelve de las compras, le hace lavar las manos, bañar, cambiar la ropa y le limpia las suelas de los zapatos con lavandina. Santiago asistía a un hogar de día, lo que “le hizo muy bien a su cabeza, revirtió un poco su deterioro cognitivo”, según Mariana. Él es un médico jubilado y en el hogar ayudaba a caminar a sus compañeros. Ahora que no puede ir extraña todo eso.  

   Las estadísticas indican que 8 de cada 10 muertes que se producen por coronavirus son de adultos mayores. Por eso el Estado busca con diversas medidas la manera de cuidarlos lo máximo posible. Ellos, que se sienten aún capaces de valerse por sí mismos, no aceptan que su libertad sea coartada.

El caso que se hizo emblemático por estos días es el de Sara, quien se adueñó de la pantalla de los medios. Ella quería disfrutar de sus dos horas de sol diarias. Dijo: “Es un otoño fabuloso, el primer otoño, de mi larga vida, que puedo tomar sol en esta época del año”, y agregó: “y me cuido y cuido a los demás, salgo con barbijo y guantes de goma”, y respecto a la persona que hizo la denuncia, dijo que “era una vieja amargada”. Sara tiene 83 años, vive en un departamento sin balcón y no quiere ver el sol por la ventana.    

Entre las historias, no tan mediáticas como la de Sara, está la de la mamá de Natalia, se llama Matilde y tiene 89 años. Natalia desde antes que comience la cuarentena obligatoria le pide que se vaya a vivir con ella, pero su madre se niega, porque “tiene miedo de dejar la casa sola”. Matilde tiene movilidad reducida y la chica que la cuidaba todos los días, durante 2 horas, no pudo ir más porque no quiere estar con nadie. Como Natalia también es paciente de riesgo porque fue paciente oncológica, su esposo, Julio, es el que le lleva las viandas a su suegra para que coma y todo lo necesario para que no le falte nada. Cada vez que va a verla la quiere traer, pero le dice que no, que ella está bien sola y que hace lo que quiere.

Matilde Petrovic es de nacionalidad croata y vivió la Segunda Guerra Mundial, por lo tanto, para ella todo es una exageración. Ante la insistencia de Natalia, la respuesta de Matilde es: “Tanto lío por este bicho”.         

Estas tres historias de vida, ayudan a entender por qué les cuesta a los adultos mayores cumplir con la cuarentena obligatoria. El porqué de su “rebeldía”. Quieren vivir a pleno el tiempo que les queda por delante a pesar de su fragilidad. Para sus hijos y los agentes de seguridad, muchas veces, este deseo representa una complicación. 

Sara tuvo un conflicto con la policía de la ciudad en el parque donde estaba tomando sol. Le hicieron cerrar la reposera y la acompañaron hasta su casa a pesar de que opuso resistencia. Llegó a empujar a una de las agentes, alegando que lo hizo porque se encontraba a tan solo 50 centímetros de su nariz. “Yo tomo precauciones, ojalá las hubieran tomado las policías, las tenía encima mío”.   

Desde otra óptica, la de los agentes de seguridad, está el relato de Nahuel Ramírez, quien pertenece a la Unidad de contención de la Policía Federal. Se le asignó el control en las estaciones ferroviarias del conurbano bonaerense, a lo que él llama “prevención”. Entre ellas Glew, Guernica y Longchamps. “Me tocó intervenir con un adulto mayor, bastante grandote, en la estación de Longchamps. Le pedí el certificado de tránsito y me contestó: “No, yo tengo sesenta y pico de años y tengo que ir a comprar”. Nahuel le pidió su DNI y advirtió que el hombre era de Guernica, por lo cual, estaba lejos del radio que correspondía a los comercios de cercanía. Ante este dilema y viendo que se encontraba acorralado, el señor le confesó: “Fui a ver a mis amigos”. Tras explicarle que no lo iba a dejar subir al tren se puso agresivo: “¿Vos me vas a sacar de acá?” y lo quiso golpear. Nahuel le colocó las esposas y lo llevó detenido.

“La mayoría de la gente mayor edad entiende, no sale. Son pacientes de primer riesgo, por lo cual no pueden salir, pero a veces casos como este ocurren” confiesa Nahuel en defensa del grueso de los abuelos.   

La psicóloga Yanina Marino, M.N. 40.313 y M.P. 72338, cuenta la experiencia de su padre, quien pone cualquier excusa para ir a la calle, “no come galletitas, pero sale y vuelve con dos paquetes de galletitas”. “Los adultos mayores se sienten aislados, están acostumbrados al puerta a puerta, a charlar con los vecinos, eso es lo que hacen durante el día”. No entienden de celulares ni de ningún tipo de tecnología que les permita estar comunicados con otras personas. Ver todo el día el noticiero los altera más todavía. Un punto de escape para los abuelos es hacer algo por ellos mismos, por eso van al banco a cobrar cuando no es lo recomendado. “No quieren sentir que ya no sirven ni pensar que un virus los puede pasar por arriba. Muchos no terminan de entender la gravedad o el miedo hace que no terminen de entenderla”.

La terapeuta suma a su relato otra experiencia personal: “Mi abuela iba a cobrar el primer día porque pensaba que el banco se iba a quedar con la plata”.

Quien pasó por una guerra no le va a temer a un virus, porque el virus es invisible. Sentirse capaces, útiles, libres y sobre todo autosuficientes, es lo que hace que los adultos mayores, a veces, incumplan con la cuarentena.

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