19 abril, 2024
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SOCIEDAD

DOS MURALES…UN AMOR EN ALMAGRO

 Cada vez que Joaquín pasaba por esa esquina de Bulnes y Perón repetía, señalando la pared, la misma frase: “A esas personas las mataron unos hombres malos”.Esa fue la forma que encontró su papá de explicarle  a un nene de casi cinco años, que esas personas que le llamaban tanto la atención cada vez que pasaba por ahí, eran desaparecidos de la última dictadura militar.

                                                                                                                               Por Luciana Navatta

 

El barrio de Almagro se caracteriza por “mantener la memoria” de esos años nefastos. Fue denominado “sede comunal del Observatorio de Derechos Humanos”. Alrededor de la Plaza Almagro que se encuentra rodeada por las calles Bulnes,  Juan D. Perón, Salguero y Sarmiento podemos observar baldosas hechas con azulejos de colores donde se encuentran inscriptos los nombres y la fecha de desaparición, a manos de los militares, de distintas personas que vivieron en él.

Y en la esquina que menciona Joaquín hay un bar, “Los Notables”, que funciona en una casa antigua, pero antigua, del 1900 y algo. Si entrás, ves las vigas de hierro que traspasan el techo con  pedazos de ladrillos a la vista. Tiene un mostrador improvisado que se heredó de  algún antepasado que seguramente estaba destinado a tirarse a la basura y mesas con sillas todas diferentes, como donaciones hechas por cada uno de los comensales que lo frecuenta. La entrada está sobre Bulnes y en las paredes externas sobre cada lateral de una de las ventanas hay dos murales. Esos que al nene le llamaban “tanto” la atención.

Los dos murales son collages armados con fotos de distintas personas, que conforman los rostros de Roly (Rolando) Pisoni, a la derecha de la puerta de entrada, y de Irene Bellocchio, a la izquierda. Ambos fueron secuestrados el 5 de agosto de 1977 en su casa de la calle José Mármol 483 del barrio de Almagro.

¿Pero quienes eran esas personas que se merecían tener un mural allí?

Irene era bellísima, rubia, de ojos celestes transparentes que cautivaban a quien la mirara. Vivió su infancia y adolescencia en Villa Urquiza, militaba activamente en la Juventud Trabajadora Peronista y era  delegada sindical del Banco Galicia. Le gustaba cantar, tocar la guitarra y bailar.

Roly, en cambio, era de tez blanca, ojos azules, pelo renegrido y un bigote muy prolijo asomaba sobre su sonrisa avasallante. Vivió toda su vida en el barrio de Almagro. Estudiaba Ingeniería en la UBA y militaba en la Juventud Universitaria Peronista. Estudió en el colegio San Francisco de Sales (de orientación salesiana) y en el Ramos Mejía, ambos del barrio.

Se conocieron en el año 1976 cuando militaban y se juntaban con otros compañeros en esa casa, hoy devenida en bar, a planificar un país mejor donde crecieran sus hijos. Sólo tuvieron uno, Carlos.

Al momento en que los militares irrumpieron en la casa que habitaban ella tenía 25 años y él 27, se los llevaron a los dos. Su hijo, de 37 días, fue entregado a una vecina quien luego se lo llevó a la madre de Irene, Aurora Zucco.

Fue ella, quien luego de la desaparición de su hija comenzó a militar en las Madres de Plaza de Mayo. La que con lágrimas en los ojos y té de por medio, escucharía un último testimonio de Irene a través de una compañera en el Centro Clandestino de Detención “Club Atlético”, donde a modo de consuelo por no ver a su hijo le dijo: “estoy tranquila porque Carlitos está con mi mamá y va a estar bien”. Y quien, a sus 93 años, en junio de 2015, estuvo presente cuando se inauguraron los dos murales, como un homenaje a su hija y su yerno que le rindió el barrio que fue testigo de su lucha. Ese día fue como un último beso a su bella niña, antes de partir para siempre en octubre de ese año.

Como decía Sigmund Freud: “Los pueblos que olvidan repiten su historia”. Y Almagro no olvida.

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